Huerto del Relojero: Estuvo situado
detrás de las religiosas Oblatas, en la actualidad calle Dr. José Tapia Sanz.
Su propietario, don Luis Lucas González, cariñosamente conocido por el “tío
Luis el Relojero” (el epíteto de relojero no corresponde en absoluto con nada
relacionado con su persona, según indicaba correspondía a un propietario
anterior del huerto, que ejercía como tal). El tío Luis, aparte de las tareas
propias del mantenimiento del huerto, fue una persona que ejercía
altruistamente de “masajista” a las personas que se lo solicitaban. Casó con
doña Concepción Fernández Higinio, de cuyo matrimonio nacieron cuatro retoños,
tres hijas y un varón.
La superficie del huerto equivalía a dos
tahúllas; era bonito y coqueto, disponía de diversidad de flora y arbolado;
entre los frutales, sobresalían sus magníficos perales de pera campesina, y
perales “pereteros” de deliciosos ramilletes de dulcísimas peretas; pero el
frutal que más le gustaba al “tío Luis” era el “níspero”, su frutal preferido
(el huerto estaba henchido de ellos); además, disponía de una palmera altísima
de riquísimos dátiles carnosos; encumbrados hacia el Cielo a modo de atalaya,
dos esbeltos cipreses muy frondosos y un longevo laurel muy oloroso de
antiquísima edad, orgullo del tío Luis.
En los años sesenta, con motivo de la
evolución urbana (construcción del P.º de La Fama), el huerto fue derruido sin
ningún tipo de estudio previo. Una vez más la inoperancia de los regidores de
la época, carentes de sensibilidad hacia nuestro legado, quedó de manifiesto
con la destrucción arbórea de este singular huerto del “relojero”.
Este es un fragmento que aparece en la
página 87 del libro Barrio de la Flota de Fernando Martínez Sánchez-Tovar.
Me parece estupendo
que alguien se acuerde de mi abuelo a parte de su familia, es más, todo lo que pone
es cierto, aunque intentaré puntualizarlo.
Los apellidos de mi abuelo
son Lucas González, no Lucas Sánchez como usted al que no tengo el gusto de
conocer, pero me gustaría, ha puesto. En el barrio de la Flota viven mis primos
y primas, nietos y nietas de mi abuelo Luis y los maridos de mis tías,
cualquiera de ellos gustosamente le habrían informado al respecto.
En cuanto a lo de
“masajista” yo lo llamaría “fisioterapeuta”, pues realmente esta es
la función que ejercía, altruistamente como usted bien pone. Yo mismo fui
testigo pues en más de una ocasión me curo. De pequeño tuve
una torcedura con una pequeña fractura de tobillo. En la época lo primero que te
hacían era escayolarte hasta la rodilla diez o quince días no recuerdo bien, la
cuestión es que el esguince seguía, mi abuelo lo llamaba “carne huida” que
había que poner en su sitio, con aceite y mucho dolor consiguió curarme,
lógicamente después es cuando venia la inmovilización no antes como la medicina
lo realizaba entonces, para este tipo de lesiones fue un precursor, nunca llegue
a averiguar de donde le venia ese conocimiento.
Mis abuelos tuvieron
más hijos, mi tío Luis falleció con doce años no sé a que fue debido, la
sanidad de entonces afortunadamente no es como la actual.
El peretero estaba en
la esquina del carril, cuando se accedía a la casa, el ciruelo estaba al lado
del pozo, los higos verdales, los naranjos, etc. El hombre que le compraba el
laurel me daba miedo yo lo recuerdo negociando el precio del laurel, persona
alta con un blusón negro con semblante serio y enjuto. Cuando salgo por las
tardes a andar y alguna persona me mira con un poco de temor, me acuerdo de
este hombre. De la palmera recuerdo la que estaba en el huerto de D. José de la
Peña que lindaba a la derecha con las Oblatas, mi abuelo le cuidaba el huerto y
yo vi como un señor se subió a dicha palmera que era altísima y como fue
cortando los racimos dejándolos caer.
En cuanto a la
expropiación del huerto, fue otro robo de los perpetrados por el franquismo y
sus adláteres, yo siempre he dicho que los que se enriquecieron con aquel atropello
seguirán viviendo en la actualidad de las rentas generadas. Una casa de 60 m2
es la compensación que le alquilaron en el polígono de la Paz, a cada una de
las dos familias que habitaban las dos viviendas, que les costo trabajo
demostrar que existían, pues la administración corrupta ya entonces decía lo
contrario, herencias de la administración. Las monjas tuvieron más suerte, visitaron a ministro de turno en Madrid y pudieron conservar su patrimonio. Suspiro de monja, costal de trigo.
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