Alguien con ganas de parir alguna genialidad ha tenido la
ocurrencia de tratar de resucitar la que fuera Feria Internacional de la
Conserva y de la Alimentación, certamen que pasó a mejor vida en el año 1974,
tras veintidós de relevante y golosa existencia.
En ella me salieron los dientes, el
bigote y los rizos del remate del moño, es más, con la misma vine al mundo en
el mismo año y con el mismísimo padre, ya que su madre no fue la propia, sino
la Cámara de Comercio de Murcia. Volver a leer, a escuchar la posible vuelta al
mundo de la casi mi hermana me rejuvenece y me ilusiona.
Si tuviera que otorgar un rostro a
la feria de la conserva le pondría el de José Antonio Lucas Fernández; otros,
le hubieran puesto el de mi padre; tal vez el de Adrián Viudez Guirao; quizás
el de Ramón Templado Gómez o puede que el de Manuel Medina Bardón que con la
excepción del progenitor de mis días ocuparon la presidencia del organismo
cameral, a la sazón presidentes de la feria del condumio con gestión histórica
muy acertada en los citados.
José Antonio Lucas Fernández, Lucas
para los amigos y expositores, era imprescindible y seguirá siendo siempre el
alma mater (en plan subalterno) de aquella locura que se gestaba durante todo
un año y que veía la luz tan sólo para diez días. Lucas no hablaba inglés, ni
italiano, ni alemán; pero ingleses (incluidos los yanquis), italianos y
alemanes sabían a quien tenían que pedirle las coloristas y sufridas macetas,
el enchufe, la bombilla o los servicios del pintor de brocha delicada y gorda,
Pepe Bonache (el de Clemente) para que diera un repaso de última hora al
flamante stand.
Lucas se “chupaba” 365 días en la
soledad del recinto: con lluvia, con sol e incluso con rayos devastadores que
encontraron cobijo en los viejos aparatos de aire acondicionado. Cierto es que
los jardines de la “extinta” fueron un ejemplo de urbanismo integrador en los
que la mano experta de Pepico Moreno Manú supo convertir la huerta en lo que
realmente siempre fue: un jardín en el que se abrieron calles y donde el
arquitecto Daniel Carbonell levantó pabellones.
Resucitar
la FICA es volver a encasquetarse el gorro del flan chino El Mandarín para
recuperar la imágenes perdidas de quienes dejaron su pellejo en el empeño de
sacar la exposición adelante. La realidad vuelve a traer a colación la
consabida y tan murciana desidia, sobre todo cuando la conserva vegetal y la
fabricación de maquinas conserveras, al igual que la FICA fueron abandonadas a
su suerte. Molina de Segura, la que fuera cuna de la conserva vegetal (ya lo
decía el eslogan) ha visto fenecer, ha vivido el declive de grandes empresas
conserveras, empresas ejemplares que supieron llevar el nombre de Murcia por
los cinco continentes y ejercer la labor docente a otras regiones españolas,
que como Navarra, supieron aprovechar la lección de la imaginación y la calidad
insuperable de las conservas murcianas.
Devolver la vida a la feria de la
conserva no deja de ser una ilusión loable sobre todo cuando prácticamente se
ha dejado extinguir nuestra conserva (salvo escasas excepciones), la que nunca
llegó a tener ni tan siquiera una denominación de origen. José Hernández Pérez,
Prieto, Cobarro, José García Palmer, Mariano Montesinos, Hernández Contreras,
Maximino Moreno, Sánchez Labeda, Antonio Bernal Nicolás, Diego Ródenas
Fontcuberta y muchos otros, fueron los que con su esfuerzo empresarial
contribuyeron al despegue económico de la región en los sesenta e hicieron
posible la no tan olvidad FICA; museo al aire libre, donde el arte de Párraga,
González Moreno, Mariano Ballester, Antonio Campillo, José Hernández Cano,
Muñoz Barberán, Baldo, Díaz Carrión, Ceferino Moreno, Pepe González Marcos e
incluso el protocolo de don Carlos Valcárcel Mavor y la letra de Ismael Galiana
y García Martínez dejaron la impronta de su genialidad.
Le debo a Lucas el recuerdo entrañable,
entre otras cosas por su licencia, que me permitía pulsar el botón que hacía
aullar la sirena que abría y cerraba las puertas de aquellas inolvidables
ferias de nuestra niñez.
Sepamos recuperar la industria
perdida ya que con ella volverá la FICA en el esplendor de otros días.
A mí la FICA también me trae muchísimos recuerdos sobre
todo de un año en particular, (no sabría especificar cuál), en el que tengo
conciencia y soy capaz de moverme por Vistabella, (mi barrio durante treinta
años).
Durante unos días tanto yo como mi hermano Juanjo, éramos
muy solicitados por toda la chiquillería del barrio, al tener la entrada al
recinto gratuito, gracias a mi tío Juan Antonio Castaño, pues si, mi tío Juan
Antonio, que trabajaba de portero en el recinto ferial, es el que me dejaba
entrar, (también empleado de la funeraria de Jesús en la Plz. de las Flores,
por cierto mi amigo y compañero de clase Antonio Cánovas, no lo incluyo en su
libro “Aventuras y Desventuras de un Funerario” de cómo se vio envuelto y de
cómo se desenvolvió).
Mi tío Pepe estaba en otros menesteres más importantes y
complicados durante esos días, para que yo pudiera ni siquiera localizarlo.
Una vez dentro del recinto ferial la cosa tampoco era
sencilla, pues no regalaban nada y menos a unos críos. El quiosco que más me
llamaba la atención era el del Avecrem, yo le pagaba a mi hermano un vaso de
caldo que le encantaba, quedándome con el lápiz y el globo que regalaban,
siempre se rió de mí por eso. Aun hoy en día soy incapaz ni de probarlo.
Otra de las bebidas que deguste en
la FICA fue el Licor 43, con hielo picado hasta el borde, en esta ocasión fui
con mis padres. En aquella época existía desconocimiento sobre los
efectos del alcohol y en especial de este sobre los menores, no se le daba
tanta importancia. Había una relación más abierta, que ha cambiado sobre todo
por la propia evolución de la sociedad.
No existía riesgo de caer en el alcoholismo, por lo menos en mi familia donde nunca hubo restricciones de bebidas alcohólicas, de echo yo el vino lo tuve aborrecido hasta bien entrada la treintañera. De pequeño me obligaban a beber medio vaso de vino con un huevo crudo dentro, ya que estaba un poco enrobinao (debilucho). No sé si tuvo que ver, pero cuando hice la mili media un metro ochenta y seis centímetros, siempre fui el mas alto de mi clase.
No existía riesgo de caer en el alcoholismo, por lo menos en mi familia donde nunca hubo restricciones de bebidas alcohólicas, de echo yo el vino lo tuve aborrecido hasta bien entrada la treintañera. De pequeño me obligaban a beber medio vaso de vino con un huevo crudo dentro, ya que estaba un poco enrobinao (debilucho). No sé si tuvo que ver, pero cuando hice la mili media un metro ochenta y seis centímetros, siempre fui el mas alto de mi clase.
Un recuerdo para el Tío José y para el Guardia Civil que custodiaba el recinto. Por cierto un día mi tío le escondió el mosquetón cuando el hombre sesteaba, colgándolo en un limonero o naranjo de los muchos que poblaban el recinto ferial, mi tío que a bromista no le ganaba nadie, tuvo sufriendo al pobre Guardia Civil, hasta que se hartaron de reír todos, incluido mi padre, este, corriendo de un lado para otro buscándolo, me han robado el mosquetón, me van a meter un castillo,…..Mi tito Pepe como lo llamábamos mi hermano y yo, falleció el 22 de mayo de 2008.
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