Las
risas llegaban hasta la vecina, que permanecía con la oreja pegada a la pared
medianera, dentro, en la habitación, estábamos mi abuelo, mi primo José Luis,
mi hermano Juanjo y yo, partiéndonos de
risa hasta llegar a la extenuación.
Mi
abuelo Luis Lucas González nació el uno de enero de 1895, tuve la suerte de coexistir con el durante veintinueve años, lo que
me llevo a tener una gran relación y muy buenos y entrañables recuerdos. No
sabía ni leer ni escribir, mi primo José Luis le enseñó a firmar, pero tenía
una memoria prodigiosa y nos contaba su vida en cuentos, cuentos, que nos
fascinaban tanto, que solo queríamos que nos los repitiera una y otra vez.
A principio del siglo XX los zagales no tenían golosinas como hoy las conocemos y si
las había era algún caramelo para los hijos de personas pudientes, la gran
mayoría de la gente era muy humilde y trabajadora. En cuanto los críos se
espigaban una miaja, su padre se los llevaba para trabajar, con esto quiero
decir que la historia que voy a narrar a continuación de mi abuelo, le sucedió
cuando no tenía que ser muy mayor sino
todo lo contrario.
Las auténticas golosinas para toda la
chiquillería llegaba sobre todo en primavera, nísperos, higos, ciruelas,
brevas, albaricoques, etc. solo tenían que colarse en el huerto donde estaban y
cogerlas.
(Mis primos, mi hermano y yo pudimos disfrutar
del huerto de mi abuelo, aunque no viviéramos en él, todos los fines de semana
aparecíamos por allí, mi primo Luis lo tenía más fácil pues tenía una bicicleta
pequeña y cruzaba desde la Flota hasta llegar al huerto de mi abuelo).
La Tía Paca la Roja tenía una higuera y a mi abuelo
lo dejaba que cogiera higos, no, todos los zagales eran bien recibidos por la
dueña de la higuera, de hecho, cuando oía
algún ruido enseguida se asoma: “soy yo,
Luis, vale, vale, lleva cuidao”, le respondía.
Ese día de correrías por la huerta de Murcia le
acompañaba su primo Ramón, nada más llegar Luis se encaramó a la higuera,
comiéndose los higos más maduros, su primo desde abajo le decía: “Luis échame macocos” y él para llevarle
la contraria le lanzaba los que estaban verdes, los “botinchaos”, directamente
a la cabeza, donde le rebotaban, este insistía, “pero Luis, échame
higos macocos”, así, hasta que de pronto mi abuelo se sintió un retortijón
de barriga. He de aclarar, pues él en este punto siempre lo hacia, que de comer
tanta fruta la barriga se aligera, y nunca tubo problemas de estreñimiento al
contrario, incluso me enseño a limpiarme el culo con una piedra: “cuando te de ganas de hacer de vientre y te
pille por el monte, buscas unas piedras planas y con ellas te limpias el culo”,
de hecho, en mi juventud en más de una ocasión lo realice de esa forma por no
tener a mano papel.
Como decía de pronto le vino un retortijón y
dijo: -“Aparta Ramón” y el tonto del
pijo miró hacia arriba, y allá que le cayó toda la mierda en la cabeza.
Ramón: -“Pero
Luis que has hecho”.
Luis: -“Te
he dicho que te apartaras, y te pones a mirar para arriba, tonto del capullo”.
“Allí,
como pude lo limpie con un poco de hierba restregándole pasando la corvilla y nos fuimos cada uno
para su casa, mi primo, acompañado de un tropel de moscas que le pululaban por
la cataplasma que llevaba en la cabeza, ”.
“No
había pasado ni media hora cuando apareció en mi casa mi primo y su madre”.
-“María,
mira lo que ha hecho tu hijo con el mío, pero, pero, como es que lo ha………...,
pero como es posible que lo haya cagao, Luissssssssssssssssss”. Mi madre cogió
la zapatilla y me arreglo el culo con ella.
Todas las noches de verano que pasaba mi abuelo
en mi casa, nos quedábamos durmiendo con las historias que nos contaba.
A Ramón le conocí un día que pasaba por la plaza
de los Patos en Vistabella, camino del mercado, mi madre me llamo y me dijo: -“Ves ese hombre que lleva la capaza, ese,
es Ramón el primo del abuelo”. Él también vivía en el barrio de Vistabella
en Murcia, a partir de ese día estuve pendiente para verlo pasar y he de decir
que el abono que le deposito mi abuelo en la camota, no le sirvió para que
tuviera más pelo.
Es triste que el desarrollo urbanístico de Murcia no haya permitido el mantenimiento de la huerta, como base de ese desarrollo, de forma que este fuera en función de la huerta, hoy tendríamos una ciudad envidiable, todavía estamos a tiempo de salvar lo poco que queda, pero cada vez menos.
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