martes, 18 de febrero de 2014

EL HUERTO DE LUIS LUCAS “EL RELOJERO”


Las risas llegaban hasta la vecina, que permanecía con la oreja pegada a la pared medianera, dentro, en la habitación, estábamos mi abuelo, mi primo José Luis, mi hermano Juanjo y yo, partiéndonos de risa hasta llegar a la extenuación.
Mi abuelo Luis Lucas González nació el uno de enero de 1895, tuve la suerte de coexistir con el durante veintinueve años, lo que me llevo a tener una gran relación y muy buenos y entrañables recuerdos. No sabía ni leer ni escribir, mi primo José Luis le enseñó a firmar, pero tenía una memoria prodigiosa y nos contaba su vida en cuentos, cuentos, que nos fascinaban tanto, que solo queríamos que nos los repitiera una y otra vez.
A principio del siglo XX los zagales no tenían golosinas como hoy las conocemos y si las había era algún caramelo para los hijos de personas pudientes, la gran mayoría de la gente era muy humilde y trabajadora. En cuanto los críos se espigaban una miaja, su padre se los llevaba para trabajar, con esto quiero decir que la historia que voy a narrar a continuación de mi abuelo, le sucedió cuando no tenía que ser muy mayor sino todo lo contrario.
Las auténticas golosinas para toda la chiquillería llegaba sobre todo en primavera, nísperos, higos, ciruelas, brevas, albaricoques, etc. solo tenían que colarse en el huerto donde estaban y cogerlas.
(Mis primos, mi hermano y yo pudimos disfrutar del huerto de mi abuelo, aunque no viviéramos en él, todos los fines de semana aparecíamos por allí, mi primo Luis lo tenía más fácil pues tenía una bicicleta pequeña y cruzaba desde la Flota hasta llegar al huerto de mi abuelo).
La Tía Paca la Roja tenía una higuera y a mi abuelo lo dejaba que cogiera higos, no, todos los zagales eran bien recibidos por la dueña de la higuera, de hecho, cuando oía algún ruido enseguida se asoma: “soy yo, Luis, vale, vale, lleva cuidao”, le respondía.
Ese día de correrías por la huerta de Murcia le acompañaba su primo Ramón, nada más llegar Luis se encaramó a la higuera, comiéndose los higos más maduros, su primo desde abajo le decía: “Luis échame macocos” y él para llevarle la contraria le lanzaba los que estaban verdes, los “botinchaos”, directamente a la cabeza, donde le rebotaban, este insistía, “pero Luis, échame higos macocos”, así, hasta que de pronto mi abuelo se sintió un retortijón de barriga. He de aclarar, pues él en este punto siempre lo hacia, que de comer tanta fruta la barriga se aligera, y nunca tubo problemas de estreñimiento al contrario, incluso me enseño a limpiarme el culo con una piedra: “cuando te de ganas de hacer de vientre y te pille por el monte, buscas unas piedras planas y con ellas te limpias el culo”, de hecho, en mi juventud en más de una ocasión lo realice de esa forma por no tener a mano papel.
Como decía de pronto le vino un retortijón y dijo: -“Aparta Ramón” y el tonto del pijo miró hacia arriba, y allá que le cayó toda la mierda en la cabeza.
Ramón: -“Pero Luis que has hecho”.
Luis: -“Te he dicho que te apartaras, y te pones a mirar para arriba, tonto del capullo”.
“Allí, como pude lo limpie con un poco de hierba restregándole pasando la corvilla y nos fuimos cada uno para su casa, mi primo, acompañado de un tropel de moscas que le pululaban por la cataplasma que llevaba en la cabeza, ”.
“No había pasado ni media hora cuando apareció en mi casa mi primo y su madre”.
-“María, mira lo que ha hecho tu hijo con el mío, pero, pero, como es que lo ha………..., pero como es posible que lo haya cagao, Luissssssssssssssssss”. Mi madre cogió la zapatilla y me arreglo el culo con ella.
Todas las noches de verano que pasaba mi abuelo en mi casa, nos quedábamos durmiendo con las historias que nos contaba.

A Ramón le conocí un día que pasaba por la plaza de los Patos en Vistabella, camino del mercado, mi madre me llamo y me dijo: -“Ves ese hombre que lleva la capaza, ese, es Ramón el primo del abuelo”. Él también vivía en el barrio de Vistabella en Murcia, a partir de ese día estuve pendiente para verlo pasar y he de decir que el abono que le deposito mi abuelo en la camota, no le sirvió para que tuviera más pelo.
Es triste que el desarrollo urbanístico de Murcia no haya permitido el mantenimiento de la huerta, como base de ese desarrollo, de forma que este fuera en función de la huerta, hoy tendríamos una ciudad envidiable, todavía estamos a tiempo de salvar lo poco que queda, pero cada vez menos.

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